Discurso de José María Arguedas pronunciado en el acto de entrega del premio "Inca Garcilaso de la Vega"
Lima, octubre 1968
"Acepto con regocijo el premio
Inca Garcilaso de la Vega, porque siento que representa el reconocimiento a una
obra que pretendió difundir y contagiar en el espíritu de los lectores el arte
de un individuo quechua moderno que, gracias a la conciencia que tenía del
valor de su cultura, pudo ampliarla y enriquecerla con el conocimiento, la
asimilación del arte creado por otros pueblos que dispusieron de medios más
vastos para expresarse.
La ilusión de juventud del
autor parece haber sido realizada. No tuvo más ambición que la de volcar en la
corriente de la sabiduría y el arte del Perú criollo el caudal del arte y la
sabiduría de un pueblo al que se consideraba degenerado, debilitado o
"extraño" e "impenetrable" pero que, en realidad, no era
sino lo que llega a ser un gran pueblo, oprimido por el desprecio social, la
dominación política y la explotación económica en el propio suelo donde realizó
hazañas por las que la historia lo consideró como gran pueblo: se había
convertido en una nación acorralada, aislada para ser mejor y más fácilmente
administrada y sobre la cual sólo los acorraladores hablaban mirándola a distancia
y con repugnancia o curiosidad. Pero los muros aislantes y opresores no apagan
la luz de la razón humana y mucho menos si ella ha tenido siglos de ejercicio;
ni apagan, por tanto, las fuentes del amor de donde brota el arte. Dentro del
muro aislante y opresor, el pueblo quechua, bastante arcaizado y defendiéndose
con el disimulo, seguía concibiendo ideas, creando cantos y mitos. y bien
sabemos que los muros aislantes de las naciones no son nunca completamente
aislantes. A mí me echaron por encima de ese muro, un tiempo, cuando era niño;
me lanzaron en esa morada donde la ternura es más intensa que el odio y donde,
por eso mismo, el odio no es perturbador sino fuego que impulsa.
Contagiado para siempre de los
cantos y los Mitos, llevado por la fortuna hasta la Universidad de San Marcos,
hablando por vida el quechua, bien incorporado al mundo de los cercadores,
visitante feliz de grandes ciudades extranjeras, intenté convertir en lenguaje
escrito lo que era como individuo: un vínculo vivo, fuerte, capaz de
universalizarse, de la gran nación cercada y la parte generosa, humana, de los
opresores. El vínculo podía universalizarse, extenderse; se mostraba un ejemplo
concreto, actuante. El cerco podía y debía ser destruido; el caudal de las dos
naciones se podía y debía unir. Y el camino no tenia por qué ser, ni era
posible que fuera únicamente el que se exigía con imperio de vencedores
expoliadores, o sea: que la nación vencida renuncie a su alma, aunque no sea
sino en la apariencia, formalmente, y tome la de los vencedores, es decir que
se aculture. Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente,
como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua.
Deseaba convertir esa realidad en lenguaje artístico y tal parece, según cierto
consenso más o menos general, que lo he conseguido. Por eso recibo el premio
Inca Garcilaso de la Vega con regocijo.
Pero este discurso no estaría
completo si no explicara que el ideal que intenté realizar, y que tal parece
que alcancé hasta donde es posible, no lo habría logrado si no fuera por dos
principios que alentaron mi trabajo desde el comienzo. En la primera juventud
estaba cargado de una gran rebeldía y de una gran impaciencia por luchar, por
hacer algo. Las dos naciones de las que provenía estaban en conflicto: el
universo se me mostraba encrespado de confusión, de promesas, de belleza más
que deslumbrante, exigente. Fue leyendo a Mariátegui y después a Lenin que
encontré un orden permanente en las cosas; la teoría socialista no sólo dio un cauce
a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo
cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí
el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico. No pretendí jamás
ser un político ni me creí con aptitudes para practicar la disciplina de un
partido, pero fue la ideología socialista y el estar cerca de los movimientos
socialistas lo que dio dirección y permanencia, un claro destino a la energía
que sentí desencadenarse durante la juventud. El otro principio fue el de
considerar siempre el Perú como una fuente infinita para la creación.
Perfeccionar los medios de entender este país infinito mediante el conocimiento
de todo cuanto se descubre en otros mundos. No, no hay país más diverso, más
múltiple en variedad terrena y humana; todos los grados de calor y calor, de
amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores.
No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacámac y
Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amaru y Vallejo,
Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros;
los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a 4.000 metros; patos que
hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían;
picaflores que llegan hasta el sol para beberle su fuego y llamear sobre las
flores del mundo. Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso. En
técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte
podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin
movernos de aquí mismo. Ojalá no haya habido mucho de soberbia en lo que he
tenido que hablar; les agradezco y les ruego dispensarme".
Comentarios
Publicar un comentario